Escocia-Inglaterra, año 1968. 134.000 espectadores en Hampden Park
Dos países vecinos que forman parte del Reino Unido, aunque distantes por sus idas y venidas políticas y culturales, lo que da un componente especial a sus choques deportivos. Tal y como ocurre en el fútbol, donde ambos protagonizan la rivalidad más antigua. Un Escocia-Inglaterra fue el primer partido internacional (1872, 0-0 en Hamilton Crescent) y, un siglo después, otro Escocia-Inglaterra también pasó a la historia por registrar el mayor aforo de una competición, la Eurocopa. 134.000 hinchas llenaron Hampen Park el 24 de febrero de 1968 y presenciaron como las versiones legendarias de la Tartan Army y los Three Lions se batieron en un duelo directo por el pase a cuartos de final. A la Inglaterra campeona del mundo de los Bobby, Charlton y Moore, le valía el empate. Pero la victoria local clasificaba a la Escocia de los Billy, McNeill y Bremner, y eso era imperdible para cualquier escocés, ya que también suponía noquear al Auld Enemy. Tradición y rivalidad bajo 134.000 almas. Ningún partido de la Eurocopa ha registrado tanto aforo como este.
La Eurocopa 1968 presentó la novedad de los grupos como primera eliminatoria. Hubo ocho, con cuatro selecciones en cada uno, y solo los primeros avanzaron a la siguiente ronda de cuartos. Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte formaron el Grupo 8, convertido en una especie de torneo británico. Inglaterra partía como favorita por haber ganado la Copa del Mundo 1966 y aspiraba a añadir la Eurocopa al Mundial. Sin embargo, una enorme Escocia le complicó cuando asaltó Wembley con goles de Denis Law, Bobby Lennox y Jim McCalliog (2-3). Los de Bobby Brown alcanzaron el liderato faltando tres partidos, pero en la siguiente salida perdieron la cabeza. El batacazo ante la Irlanda del Norte de George Best (1-0), unido al solvente triunfo inglés en Gales (0-3), volvió a poner arriba a los de Sir Alf Ramsey. Llegados a la última jornada, los Pross visitaron el abarrotado Hampden Park con un punto de ventaja sobre Escocia. De allí saldría el vencedor moral del Reino Unido. Y el próximo rival de España en cuartos de la Eurocopa.
Hasta 1967, los jugadores de la Tartan Army eran elegidos por un Comité, el SFA. La presión obligó a la Asociación Escocesa de Fútbol a modernizarse y Bobby Brown fue el primer seleccionador escocés a tiempo completo. El primero que tuvo la autoridad completa para seleccionar a sus jugadores. El ex portero debutó ganando 2-3 en Wembley, lo que le reforzó mucho, y ante Inglaterra en Hampden Park la columna vertebral de su once estuvo compuesta por el Celtic de Glasgow campeón de la Copa de Europa (Los Leones de Lisboa, 1967). Jugaron Ronnie Simpson, Billy McNeill, Tommy Gemmell, John Hugues y Bobby Lennox. Cinco Hoops por tres del Glasgow Rangers, John Greig, Ronnie McKinnon y Willie Johnston. Los tres restantes militaban en la liga inglesa, Eddie McCreadie y Charlie Cooke en el Chelsea y el gran Billy Bremner en el Leeds. Por parte de Inglaterra, Sir Alf Ramsey salió con siete campeones del mundo: Gordon Banks, Bobby Moore, Ray Wilson, Allan Ball, Martin Peters, Bobby Charlton y Geoff Hurst. Por su parte, Keith Newton, Brian Labone, Alan Mullery y el debutante Mike Summerbee completaron el 4-4-2, ocupando los huecos de George Cohen, Jacky Charlton, Nobby Stiles y Roger Hunt, estos últimos integrantes de la alineación que triunfó –no sin polémica– contra Alemania en la final de 1966. Si Escocia reunió a muchos de sus mejores jugadores de siempre, Inglaterra era la mejor Inglaterra de la historia. Solo esta ha sido capaz de ganar algo... Cabe recordar, por otro lado, el tremendo estirón internacional del fútbol británico durante la presente década. Al Mundial conquistado por Inglaterra se sumaron ocho clubes británicos campeones de las competiciones europeas sesenteras: Celtic de Glasgow y Manchester United (Copa de Europa), Tottenham, West Ham y Manchester City (Recopa) y Leeds Unided, Newcastle y Arsenal (Copa de Ferias). Todo esto puso este Escocia-Inglaterra de 1968 en el centro del dominio británico.
1-1. Inglaterra avanzó a cuartos delante de 134.000 espectadores
Cuando los capitanes John Greig y Bobby Moore encabezaron la salida al terreno de juego la atmósfera se cargó. Todo el Reino Unido estaba pendiente más allá de los 134.000 de Hampden Park, lo que se dice pronto. Las dos selecciones más antiguas del planeta se emplearon con dureza. Fútbol-fuerza sobre un césped pesado. Brown puso a Greig en el medio junto a Bremner y Johnston. Trivote para intentar contrarrestar el juego interior y sin extremos del centro del campo inglés, con Charlton de canalizador, Ball y Peters como lanzadores y Mullery de tapón. Escocia puso tesón y se encontró con el gol de Lennox, anulado por Lau van Ravens. Los Pross ni se inmutaron. ¿Miedo escénico? En ningún momento temieron tener en contra el mayor aforo de una competición. Se conocían de memoria de jugar tiempo juntos, estaban en forma gracias a la preparación física de Ramsey y tenían una retaguardia difícil de superar. Esta seguridad les confirió el control táctico inicial. Repliegue y contra. Charlton y Moore, los caballeros, encontraron los desmarques de Ball, Peters y Hurst (este último, el primer jugador en anotar un hat-trick en la final de un Mundial). Ball avisó con un disparo centrado despejado por Simpson a córner. A la siguiente, el 0-1. Gol de Peters en el minuto 20. El fino llegador, compañero de Moore y Hurst en el West Ham, acercó el pase.
Hampden Park permaneció silencioso unos segundos. Peters lo ponía más difícil. Hacían falta dos goles. Solo valía ganar. En esos duros momentos aparecieron Greig, McNeill y Bremner. Los líderes gritaron. Levantaron los ánimos y Escocia mostró su orgullo nacionalista a sus vecinos. Así los de casa jugaron sus mejores minutos, que coincidieron con los peores de los de Ramsey justo después del 0-1 hasta el descanso. Inglaterra realizó su repliegue habitual con seis o siete atrás a lo Arsenal de los años 30. El resultado invitaba a ser conservador. Escocia puso a prueba la maquinaria del campeón mundial e intensificó el ritmo de sus ráfagas. Gremner, una máquina, recuperaba y distribuía con facilidad. Los blues Cooke y McCready hicieron trabajar a los laterales Newton y Wilson. Gordon Banks pospuso el empate realizando varias paradas a la altura del mejor portero inglés de la historia. A la Tartan Army solo le quedaba prender la mecha, algo que Hugues consiguió provocando una locura que gritaron 134.000. El 1-1 en el minuto 40. Lennox centró con la diestra desde el vértice izquierdo del área y El Oso Yogui cabeceó ajustado, fuera del alcance de Banks. Lennox-Hugues. Conexión Celtic, el Celtic que alzó la primera Copa de Europa de un equipo británico al ganar al Grande Inter en Lisboa. Los Leones de Lisboa.
Los escoceses anhelaban otro golpe similar al 2-3 de Wembley. Aquel día, al ganar a los campeones del mundo, se autoproclamaron campeones del mundo. Como si de boxeo se tratase. Cosas de la rivalidad. El sentimiento de hacer pasar por el aro al Auld Enemy. El caso es que durante el descanso creció el entusiasmo. Pero Inglaterra, amenazado el liderato, mostró su versión señorial de 1966. Dominó con autoridad el segundo acto, demostrando ser más bloque que su adversario. Los icónicos Moore y Charlton acabaron siendo los mejores. De Charlton esto escribió Antonio Valencia en su crónica del encuentro en Marca: "Los ingleses tienen un prodigio llamado Bobby Charlton, cada día más calvo y cada día más profesor". Por su parte, Moore lo hizo todo y todo perfecto. Defender por alto, por bajo. Organizar el juego. El mítico líbero de 107 internacionalidades lideró una retaguardia que contuvo a Johnston, Hugues y Lennox (Escocia echó en falta a Denis Law y Alan Gilzean, bajas sensibles en la delantera). El conjunto de Brown insistió poniendo centros, neutralizados por los puños de Banks. Las mejores ocasiones, sin embargo, correspondieron a Inglaterra. Gremner sacó bajos palos un cabezazo de Ball y el poste evitó otro gol inglés. Si alguien pudo ganar en el segundo tiempo fue Inglaterra. Pero el 1-1 se mantuvo. Los Pross se clasificaron y Escocia quedó eliminada. 9 y 8 puntos, respectivamente. Pese a que no pudo ser, los 134.000 ovacionaron a los suyos por el esfuerzo realizado.
Escocia se quedó fuera de tres Mundiales consecutivos: 1962, 1966 y 1970. Queda la sensación de que podía haber hecho más al contar con su generación dorada. Su momento fue la Eurocopa 1968. Tras dar el golpe en Wembley tuvo a tiro el pase, pero la derrota en Irlanda del Norte y el empate ante sus rivales ingleses le dejaron con la miel en los labios. Lo que define a Escocia, precisamente, es la victoria en Wembley y la derrota posterior en Irlanda del Norte. Capaz de lo mejor y lo peor. Inglaterra y no Escocia, por lo tanto, se enfrentó a España en cuartos y la prensa española no escondía sus preferencias: "La selección escocesa igual puede borrar a los españoles que ser eliminada por estos, pero la inglesa es una máquina de rendimiento. No ha tenido suerte la Selección. Le ha tocado el turrón más duro de la bandeja de hoy, que raro será que no le rompa los dientes". El combinado de Sir Alf Ramsey apeó a España de los cuartos, venciéndole en Wembley (1-0) y también en el Santiago Bernabéu (1-2), pero cayó ante Yugoslavia en las semifinales disputadas en Florencia (1-0). La célebre vaselina de Dragan Džajić a Gordon Banks que tumbó al campeón del mundo en el minuto 86. La Euro 1968 paró a las vitrinas de la anfitriona Italia.
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