La previa del Uruguay-Brasil de la Copa del Mundo de 1950. El Maracanazo.
La de Brasil 1950 fue la primera Copa del Mundo después de la II Guerra Mundial. Se celebró cinco años después del final de la guerra y doce años después de Francia 1938, el último Mundial hasta el de 1950. Brasil, para la ocasión, construyó el estadio más grande del mundo, conocido como Maracanã por la multitud de pájaros denominados así que sobrevolaban el lugar. Maracanã, con un imponente aspecto de coliseo romano, era el escenario perfecto para que Brasil, que aún no se había estrenado como campeón del mundo, iniciase su hegemonía como rey del fútbol. Y la Brasil de Zizinho y Ademir cumplió su cometido con diligencia. Excepto un empate ante Suiza, ganó todos sus partidos y venía de arrasar a Suecia (7-1) y España (6-1), lo que dejaba la gloria a punto de caramelo. Llegó a la última jornada ante Uruguay con 4 puntos, uno más que el combinado charrúa, por lo que bastaba con el empate para levantar la copa. Por el contrario, a La Celeste, con 3 puntos, solo le valía ganar para hacer 5 y superar a Brasil en su propia casa ante 203.849 espectadores. La previa del Maracanazo.
Uruguay, que sufrió para empatar ante España (2-2) y ganar a Suecia (3-2) antes de medirse a Brasil, necesitaba una machada sin precedentes y ni los propios dirigentes charrúas creían en ella, de acuerdo al mensaje que lanzaron a sus internacionales: "Solo traten de no comerse seis goles. Con cuatro estamos cumplidos". Sin embargo, dentro del propio plantel había un tipo fornido, con espaldas anchas y mirada penetrante, que era el líder espiritual del grupo. Obdulio Valera, el eterno capitán que representó como nadie la garra charrúa. Después de lo de perder por cuatro basta, el mediocentro de Peñarol cogió por banda a sus compañeros y les lanzó un mensaje inequívoco: "Cumplidos solo si somos campeones". Ese era Varela, Negro Jefe o Caudillo, al que Alcides Ghiggia le dirigía la palabra hablándole de usted. Obdulio fue respetado y querido a partes iguales.
Brasil se sentía campeón antes siquiera de jugar. Río de Janeiro acogió el partido ante Uruguay como una especie de carnaval anticipado: Maracanã y sus alrededores con pancartas de 'Homenaje a los campeones', vendieron camisetas con el mensaje de 'Brasil Campeão 1950' y habilitaron carrozas para la celebración. A los uruguayos les dijeron que les caerían cuatro o cinco, mientras que los brasileiros recibieron presiones de todos los frentes instándoles como campeones. Ademir, por ejemplo, contó que les regalaron pases gratuitos para ir a una sala de cine durante cinco años con el detalle de "a los campeones del mundo". Asimismo, el día del partido, en la portada del periódico O Mundo apareció el titular de 'Estos son los campeones del mundo' junto a las imagen de los jugadores brasileños. Obdulio Valera compró todos los ejemplares que pudo y los pegó en el lavabo del hotel... Es cierto que Brasil jugaba en casa y venía de ganar la Copa América de 1949, sin embargo, poniendo en la balanza a los dos seleccionados, tampoco había tanta diferencia. Zizinho, Jair, Friaça, Ademir y Chico formaron el mejor ataque, pero Uruguay tenía la magia de Schiaffino y Gigghia y la jerarquía de Varela, Máspoli y Gambetta. Además, Brasil y Uruguay se conocían a la perfección, ya que, dos meses antes del Mundial, se enfrentaron tres veces en la Copa Río Branco. Uruguay ganó el primero, Brasil los dos siguientes. Fueron resultados ajustados. Nada de goleadas. Pero esa euforia tras las palizas a España y Suecia llevó a Brasil a sentirse ganador antes de la batalla que proclamó a vencedores y vencidos. "Toda la euforia previa es lo peor que nos pudo pasar porque enardeció a los uruguayos" reconoció Zizinho después.
Los de afuera son de palo
La llegada a Maracanã de los integrantes de La Celeste se produjo tres horas antes del partido. Conformó avanzó el tiempo, los jugadores comprobaron el ensordecedor rugido proveniente de un graderío superpoblado. El Estadio de Maracanã registró 203.849 espectadores, récord de asistencia en un Mundial. Aquello era un alud. Los brasileños levantaron el estadio más grande del mundo no para celebrar el torneo, sino para ganarlo allí. Monumento a la grandiosidad. Los uruguayos, por su parte, jamás jugaron ante tanta gente. Como mucho ante 50.000 espectadores en el Peñarol-Nacional. Por suerte, allí estaba Obdulio Varela como embajador de la garra charrúa: "Acá estamos para jugar este partido. Si entramos vencidos mejor no salir a la cancha. Somos once contra once. No miren arriba, no piensen en toda esa gente. Los de afuera son de palo". Los de afuera son de palo, frase mítica referente a centrarse solo en la cancha y olvidarse del exterior. El juego consistía obviamente en el once contra once: los aficionados ni nadie podían influir en el juego, solo ellos. Luego, en contraposición a Obdulio, estuvo el discurso del gobernador de Río de Janeiro antes de los himnos. Así se dirigió Ângelo Mendes de Moraes a sus compatriotas: “Brasileños, ustedes en unos minutos serán consagrados como campeones del mundo. Ustedes que no tienen rivales en todo el planeta. Ustedes, que ya saludo como vencedores. Cumplí mi palabra construyendo este estadio. Cumplan ahora su deber, ganando la Copa del Mundo". El peso de la historia. Y también el de la presión.
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